Querido diario:
Esta semana, después de pasar por un proceso de introspección y depresión me he dado cuenta de que tengo un patrón de comportamiento que he practicado desde la infancia para lidiar con las personas.
Desde pequeña he tenido encuentros no muy gratos con mis padres, que conforme entraba yo en la pubertad no disminuyeron, sino todo lo contrario, se fueron haciendo más grandes, graves y ruidosos.
Ya ahora en mi edad adulta me doy cuenta que la mayoría de esos encuentros tenían que ver con que no estaba de acuerdo con lo que mis padres decidían por mí. No porque fuera bueno o malo, porque estoy segura que ellos lo trataron de hacer con buenas intenciones, sino por qué de alguna forma sus acciones iban en contra de los valores que ellos mismos me habían inculcado.
Una y otra vez me encontraba totalmente perdida y lastimada por lo que habían dicho o hecho mis progenitores. Era un ciclo de enojo, frustración, depresión, olvido y vuelve a empezar. Hasta el punto en que cada vez las cosas iban afectando en una mayor escala. Me acostumbre a callarlo para no generar problemas en la familia, a olvidarlo porque eso es lo que dicen todos que hagas y a confiar de nuevo, porque la familia nunca te hará daño según escuchas a la mayoría decir.
Te fallan, estas triste, olvidas y vuelves a confiar.
Ese patrón lo sigo aplicando hasta ahora en la mayoría de mis relaciones y me está afectando considerablemente.
1. Me hace sentir como víctima en todos los casos. Ya no quiero ser la que sufre, la que espera a que los demás se acuerden de su existencia.
2. Pierdo el respeto a mi persona y por consecuencia el resto del mundo se siente con derecho a pisotearme. No más.
3. Confio en que todas las personas tienen potencial para ser mejor, para hacer el bien, para ser justos. La realidad es que las personas son perezosas, no te dan nada que no les pidas, porque implica un esfuerzo extra. No todas las personas quieren aprovechar su potencial o no saben cómo hacerlo. Esperar a que ellos se vean a sí mismos como los veo yo simplemente trae decepciones.
Esta semana aprendí que está bien tener un patrón como ese, que te da la oportunidad de creer en las personas, de perdonar y de no guardar rencores que sólo pueden llegar a aminorar mi crecimiento personal.
También aprendí que para complementar los beneficios de este patrón y disminuir las consecuencias negativas, es necesario que aprenda a emplear los limites en cada una de mis relaciones. Límites sanos que me permitan seguir creyendo sin que los demás me pasen encima cada vez que se les antoje.
Es un gran reto.
Será el objetivo a desarrollar durante el siguiente año.
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